febrero 23, 2009

Atila

Estaban en una fiesta los godos, los visigodos, los otomanos, los celtas y otras tribus, bebiendo cerveza y tajando las carnes a espadazos... dos miembros del ejército mongol degüellan un chivo y brindan con su sangre, cuando de repente se abre la puerta de un manotazo, y se hace el silencio. Por la puerta entra la luz del Sol, que está detrás del intruso, y su sombra se proyecta al interior de la taberna... Es Atila, el azote de Dios. Se hace el silencio. Atila da dos pasos al frente, la luz permite ver su rostro, y echa una mirada al lugar. Todos han dejado de beber y de comer. Atila ve de reojo a los comensales, da unos pasos, y se levanta de la mesa ocho un general tracio.
―¡Atila! Qué bueno que vienes a la fiesta.
―Sí, hombre... No podía faltar si recibí tu invitación.
El general tracio hace una seña a los comensales y éstos siguen comiendo y bebiendo
―Qué bien, qué bien ―le dice el general a Atila―. Pasa, ponte cómodo.
―Muchas gracias, Godofredo.
―¿Te sirvo algo?
―Por el momento no, gracias. Estoy bien.
―Oye, ¿y trajiste amigos?
―Bueno... pues… traje hunos...

Borrachito

Sale de la cantina un borrachito, tambaleándose, y canturreando Paloma querida de José Alfredo Jiménez. Así va, zigzagueando por varias calles, hasta que un policía se cruza en su camino, y se dirige a él de la siguiente manera:
―Caballero, está usted detenido.
A lo que el borrachito responde.
―Muchas gracias, oficial... ya me iba yo a caer...

Raza superior

Se sube una señora al avión y es conducida por la aeromoza hasta su asiento. La azafata la deja y la señora, al sentarse, se percata de que el hombre que está a su lado lee una revista pornográfica, pero de ésas pasadas, para cuya lectura hay que tener estómago... a las chaves se les ven hasta las tripas... Ofendida, la señora lo impreca:
―¡Pero señor! ¡Cómo es posible que usted, en pleno día, en un vuelo en el que hay niños, esté viendo esas porquerías! Qué barbaridad... ¡Azafata! ¡Azafata!
Llega en eso la azafata:
―Diga usted, señora.
―Quisiera que me cambien de lugar ¡inmediatamente! No quiero estar al lado de este pervertido...
―En seguida buscaremos otro sitio para usted.
Y se va la azafata.
―Qué vergüenza... ―termina la mujer su perorata.
El hombre reacciona, cierra su revista y la guarda.
―Oh, señora, le ruego me disculpe. No me di cuenta de su presencia... Es que estaba yo abstraído en la lectura.
―¿Qué? ¿Pero qué dice usted? ¿Acaso a esas porquerías infamantes les llama usted lectura?
―Por supuesto, señora. Verá... Ocurre que yo soy sexólogo.
―¿Sexólogo? ―pregunta la mujer sintiendo que el hombre se burla de ella― ¿Pero acaso existe una profesión semejante?
―Por supuesto, señora, permítame decirle. Y es, dentro de la medicina, una de los campos más interesantes y respetados, la sexología. Claro que sí.
―Bueno... y me quiere usted decir, ¿qué estudia la sexología?
―Sí... claro... estudia muchas cosas. Estudiamos, por ejemplo, las enfermedades de transmisión sexual, los métodos para prevenirlas y tratarlas, las relaciones de pareja, las zonas erógenas del cuerpo, el comportamiento humano a partir de su instinto sexual... en fin... muchas cosas.
En ese momento regresa la azafata:
―Señora, ya tenemos otro lugar que puede usted ocupar.
―No... gracias... ya no es necesario... todo fue un malentendido. Muchas gracias ―y se retira la aeromoza.
―Por ejemplo ―continúa el hombre―, ¿se ha preguntado usted qué raza es la que tiene el pene más largo?
Llena de curiosidad, la mujer pregunta:
―No... no... nunca me lo había planteado de esa manera.
―Ah. Pues son los árabes.
―¿Los árabes? Oh, pero qué interesante.
―Y se ha preguntado usted, por ejemplo, ¿cuál es la raza que tiene el pene más ancho?
―No... no... nunca me lo había preguntado. Es muy interesante... Y, ¿cuál sería esa raza?
―Ah. Pues son los suecos.
―Los suecos... Oh, pues me ha dejado usted pasmada, señor...
―Doctor... doctor, por favor.
―Oh, disculpe, doctor... doctor...―Doctor Mohammed Johansen... para lo que se le ofrezca.

Ética

El médico se arrepiente:
―Por Dios... ¿qué hice? Hice el amor con mi paciente... ¡Qué cosa tan baja, tan detestable! ¿Dónde quedó mi ética profesional? ¿Mi seriedad? ¿La honra de mi trabajo? Oh, por Dios... Pero, después de todo... ¿quién no lo hace?...
Así cavilaba cuando en su hombro izquierdo aparece un diablito, quien le dice:
―Tú no te preocupes, hombre. Es algo que todos los médicos hacen. Además, te proporcionó placer, ¿no? Y a tu paciente igual. ¿Qué más da? Es más, en cuanto tengas otra oportunidad, hazlo otra vez.
Y en su hombro derecho aparece un angelito, que le dice:
―Recuerda que eres veterinario...

Plural

El maestro costarricense enseña a los alumnos la diferencia entre singular y plural.
―Miren, muchacho’. Lo que hoy vamo’ a ve’ e’ muy importante para la formación de u’tede’. Le vey a enseñá’ la diferencia entre singulá’ y plural. Miren bien. Cuando u’tede’ dicen en singulá, e’ La calaca; pero cuando u’tede’ hablan en plural, e La’ calaca’. ¿Quedó claro?

Zapatero

Llega Teodomiro Agúndez con el zapatero, y le explica la situación.
―Disculpe, ¿se acordará usted de mí?
―No ―responde el zapatero―, ¿debería?
―Bueno, mire... Lo que sucede es que hace veinte años dejé aquí unos zapatos para que los reparara, y se me pasó el tiempo y no pude recogerlos. Mire, aquí tengo la factura... pagué un adelanto por el trabajo.
El zapatero revisa la factura y entra a su almacén. Al cabo de unos minutos, regresa con una caja de zapatos.
―A ver caballero, los zapatos de los que usted habla, ¿son unas botas cafés, del número siete, a las cuales había que arreglarles las suelas?
―¡Sí, sí! ¡Ésas exactamente!
―Bien... Pase por ellas el jueves.

febrero 14, 2009

Suspenso

En la firma de autógrafos de un conocido escritor, una mujer hace fila. Cuando toca su turno, presenta su ejemplar ante su autor favorito, a quien elogia de la siguiente manera:
―¡Señor Enrigue, es un placer leerlo y conocerlo! Yo soy su más grande admiradora... Me fascina su estilo, tu narrativa, sus recursos literarios... Me parece fascinante ese estilo que tiene usted de primero crear una atmósfera de suspenso... y luego dejar tres páginas en blanco...

Bouquet

El experto en vinos llega al restaurante, y ordena:
―Por favor, un chateau saignant.
―Excelente decisión señor. Y, ¿para acompañar?
―Tráigame por favor un vino, tinto, por supuesto, un beaujolais, de la región de Lorena, cosecha 1979, del viñedo 14.
―Al instante, caballero.
Regresa al poco tiempo el mesero y le hace a su cliente la siguiente observación:
―Señor, nos ha de disculpar, pero no tenemos exactamente el vino que pide; pero tenemos, en cambio, uno de la misma cosecha, del mismo tipo, de la misma región, pero es del viñedo 15. ¿Lo apetece?
―¿Qué? Ah, no... no, gracias. Tráigame un vaso de agua.
―Pero, caballero ―se sorprende el mesero―, pero si el vino que le ofrecemos tiene el mismo cuerpo, el mismo tiempo de conservación... al momento de la cosecha las uvas las recogieron las mismas manos, los mismos pies de doncellas vírgenes pisaron las uvas, el sol golpeó igualmente a los viñedos, las lluvias les cayeron por igual... son acaso cien metros los que separaban al viñedo 14 del 15...
―Cien metros... ¿Cien metros le parece poco? Mire, le voy a decir algo. Una mujer tiene dos orificios de placer, dos orificios prodigadotes de los mayores placeres jamás conocidos por el hombre. ¿Usted me habla de cien metros de distancia? Yo le hablo de cuatro centímetros de distancia. ¡Cuatro centímetros! Y, sin embargo, el bouquet es muy distinto.

Lupe

El chef, por hacerle la vida imposible a la competencia, va a comer siempre al restaurante que está enfrente de aquél en donde él mismo trabaja. Una tarde se presenta y ordena.
―¿Qué va a querer, señor?
―Ah, un filete mignon, por favor.
Le traen el plateillo, el chef lo huele apenas, y deduce:
―La carne está un poco seca, la salsa que la baña más agria de lo necesario, le falta sal y tiene demasiado tomillo.
El camarero va con el chef que preparó el platillo y le dice:
―Disculpe, un cliente le hizo estas observaciones a su platillo.
Enfurecido, este segundo chef se plantea hacer para la próxima visita de aquel cliente un preparado irreconocible.
Al día siguiente, el primer chef se presenta en el restaurante.
―¿Qué va a ordenar el señor? ―le pregunta el camarero.
―Un fetuccini, por favor.
―¿Con alguna salsa en especial?
―La tradicional, bolognesa.
Le traen el platillo, apenas lo huele y dice:
―Bien... la pasta está un poco seca, no está al dente, debió hervir un minuto y medio más, tiene exceso de cebolla, y la salsa la prepararon con demasiado laurel, además de que para ella usaron dos botellas de vino abiertas con por lo menos doce horas de diferencia, lo cual afecta la consistencia del preparado.
Nuevamente, el camarero le hace notar al chef que preparó el platillo la observaciones del cliente; este chef, la próxima vez, hará un platillo imposible de reconocer.
Al día siguiente, el primer chef vuelve en plan de comensal.
―¿Desea algo el caballero? ―le pregunta el camarero.
―Probaré el pato a la naranja, por favor.
―En seguida.
Le traen el platillo, apenas lo huele, y concluye:
―Las naranjas del preparado están agrias, la carne reseca y el vino que le inyectaron para contrarrestar ese efecto es de poca calidad. El ave no se marinó lo suficiente y su uso de la albahaca es inadecuado e insuficiente.
Harto de las exigencias del cliente, el chef decide jugarle una treta. Al día siguiente, el primer chef vuelve al restaurante en plan de comensal.
―¿Qué va a ordenar el señor?
―Deseo un sirlón, por favor.
En la cocina, el chef del restaurante prepara el platillo, y se vuelve hacia la trabajadora de limpieza.
―¡Lupe! Necesito pedirte un favor.
―Diga usted.
―Mira, llegó con nosotros un cliente muy exigente y nos ha pedido una peculiaridad para su platillo. Mira... nos ha pedido que, por favor, pues... necesitamos que te pases este corte de carne por todo el cuerpo.
―¡Pero, señor...!
―Bueno, es la exigencia del cliente, uno de nuestros mejores clientes, y tú sabes que el cliente es primero.
Luego de amplias discusiones, la Lupe accede y se pasa el sirlón por todo el cuerpo, hecho lo cual el chef lo pone en el plato para que se lo lleven al comensal. Éste, cuando recibe en su mesa su orden, apenas la huele, y dice:―Le falta tomillo y... y... y... ¿Aquí trabaja Lupe?

febrero 09, 2009

La boda del Calacas

Ya en la luna de miel, en la noche de bodas, el Calacas, un sádico de primera línea, está con su esposa. Ella, que es masoquiste, le impora:
─¡Pégame!
Y el Calacas contesta:
─No...

Fe

Bajo una carpa en Memphis, un charlatán predica ante cientos de seguidores que todo es posible a través de la fe.
―¡Tenemos fe! ¡Tenemos fe! ―grita eufórico el charlatán, e insta a su público a que repita su lema. El público grita al unísono:
―¡Tenemos fe! ¡Tenemos fe!
El charlatán continúa con su monólogo:
―¡Y yo aquí, gracias al poder que me confiere el Señor, les voy a demostrar que con la sola fuerza de la fe es posible curar los peores males de la humanidad! ¡Usted, señor... el de las muletas! Repita conmigo: ¡Tengo fe!
―¡Tengo fe! ―repite el otro.
―Ahora, ¡tire una muleta! ―Y el hombre tira una muleta― ¡Tire la otra! ―Y el hombre tira la otra! ―¡Tenemos fe! ¡Tenemos fe! A ver, y usted, el gangoso, ¡diga algo!
Y observa el gangoso:
―¡Ya je caió ej de as mu’etas!

Dumbo

¿Cuál es el colmo de los elefantes?
No tienen colmos. Tienen colmillos.

My kingdom for a horse!

Entra un caballo a la cantina, y le pregunta el cantinero:
―¿Qué pasó, amigo? ¿Por qué esa cara tan larga?

El Calacas & friends

Están en un cuarto el Calacas, limpiándose las uñas con su faca, y sus amigos, aburridos. Los cuates del Calacas: Un pirómano, un zoofílico y un masoquista. De pronto, por una rendija mal reparada, entra un gato, y se hace el silencio. Se ven unos a otros.
Dice el zoofílico.
―¡Ya sé! Nos cogemos al gato.
Dice el pirómano:
―Y luego le prendemos fuego.
Dice el Calacas:
―Y luego lo torturamos.
Dice el masoquista:
―Miau...

Visconti

El matrimonio de la alta sociedad se encuentra en la sala de su residencia. La mujer, de unos cuarenta años de edad pero con una figura envidiable, está recostada en el sofá, fumando; el marido, con su camisa Lacoste con dos botones abiertos, está en la mesa de centro, revisando las cuentas del mes, bebiendo coñac. Le dice de pronto a su mujer.
―Querida, pues la crisis ha empezado a afectarnos. Nos podríamos ahorrar lo del chef si aprendieras a cocinar.
La mujer, sin inmutarse, suelta una bocanada de humo y le contesta a su marido, con toda displicencia:
―Sí. Es verdad. Y nos podríamos ahorrar lo del chofer y lo del mayordomo si tú aprendieras a hacer el amor.

De familia

Un gallego que leía un libro le dice a otro:
―Oye, Venancio, lo que le leído en este libro.
―Hombre, ¿pues qué has leído?
―Bueno, ¿y tú sabes quién ha inventado el automóvil?
―No, hombre. ¿Quién ha sido?
―Nada menos que Henry Ford...
―Mira nada más lo que son las cosas. Y su hermano Roque inventó el queso.

Zoo

Primer acto: Aparece en escena un hipopótamo de tres meses de edad.
Segundo acto: Aparece en escena el mismo hipopótamo con ocho meses de edad.
Tercer acto: Aparece el mismo hipopótamo con dos años de edad.
¿Cómo se llamó la obra?
Hipocresía.

George Bernard Shaw

El gran George Bernard Shaw fue invitado un día por Allen Ginsberg a un almuerzo nudista, que se verificaría en casa de William S. Burroughs, al cual asistiría como invitado de honor de los jóvenes beats. Luego de varias horas de insistencia de Ginsberg, Shaw accedió.
―También nos gustaría, maestro Shaw, que pronunciara usted el discurso de bienvenida del almuerzo.
―Sí, encantado. Sólo que me voy a tener que ver en la necesidad de pedirle un favor.
―Lo que usted disponga, maestro.
―Mire, ocurre que yo nunca he estado en una comida nudista. Así que le ruego que si yo llego a decir o a hacer algo impertinente, me lo haga notar al instante.
―Por supuesto, maestro Shaw. Aunque estamos seguros de que no habrá necesidad.
Llega el día del almuerzo y están todos los beats desnudos; llega George Bernard Shaw, cuyo asiento en la cabeza de la mesa está reservado, y se dirige así a su público, mientras Allen Ginsberg está a su lado:
―Queridos colegas. Es un verdadero placer... ―y en ese momento, Ginsberg le da un codazo―. Perdón. Es un placer... ―y recibe otro codazo de Ginsberg―. Oh, lo siento. Es un gran honor... ―otro codazo―. Disculpen, disculpen... Es en realidad un honor... ―un codazo más por parte de Ginsberg.
En ese momento, Shaw se vuelve hacia Ginsberg, y le pregunta.
―Bueno... por favor... ¿en dónde estoy metiendo la pata?
―Pues la pata, quién sabe. Pero el pito, en la sopa.

El Calacas

Está el Calacas en una construcción en obra negra, sentado sobre unos tabiques, limpiándose las uñas con una faca, cuando llegan dos tipos corpulentos arrastrando a un hombre tumefacto y semiinconsciente.
―Calacas ―le dice uno de ellos―, dice el jefe que a este cabrón te lo encules.
―Órale. Ahí déjamelo. Me encargo.
Se van los tipos, y el hombre tumefacto empieza a volver en sí, abre los ojos, intenta incorporarse, y le implora al Calacas:
―Señor Calacas... ¡por el amor de Dios! ¡Apiádese de mí! ¡No me haga eso, por favor, no me lo haga! ¡¿Qué va a ser de mí, de mi dignidad?! ¡¿Con qué cara voy a volver a ver a mi mujer y a mis hijos a los ojos?! Si es usted creyente, por favor, tenga compasión...
El Calacas levanta la mirada, lo ve de reojo, y sigue arreglándose las uñas. A los pocos minutos regresan los dos tipos que trajeron al primer hombre, arrastrando a otro pobre diablo que se encuentra en las mismas condiciones que el primero.
―Calacas, a éste, dice el jefe que le cortes la lengua y las manos, para que no ande de soplón.
―Órale. Ahí déjamelo.
Se van los tipos, y regresan al poco rato, arrastrando a otro sujeto.
―Calacas, a éste, que le saques los ojos y le cortes la verga, para que no se ande metiendo con nuestras mujeres.
―Órale. Ahí déjamelo. Yo me encargo al rato de él. Hay mucha chamba hoy, ¿no?
―Sí, pues es lunes.
―Ah, mira.
Se van los tipos, y regresan con otro hombre, igual que los anteriores.
―Calacas, a éste, dice el jefe que lo partas en cachitos y te manda esta lista de sus familiares, que a cada uno le mandes una parte del cuerpo.
El Calacas toma la lista y la revisa.
―Órale. Ahí déjamelo. Al ratito me encargo. ¿Los envíos los hago por DHL?
―Sí, como quieras. Presentas la factura y te la reembolsamos.
―Órale.
Y se van los tipos. En ese momento se levanta el primero de los sujetos, y se dirige así al Calacas:
―Señor Calacas... Disculpe... No quisiera interrumpirlo, ¿verdad? Nada más para recordarle... No se vaya usted a confundir: Yo soy al que tiene que encular.

febrero 04, 2009

Segundo acto

Primer acto: Se levanta el telón y aparece un ladrón.
Segundo acto: Ay... ¡ya no hay telón!

Vodka

Los mujics estaban felices porque la cosecha de papa se les había dado bien. Hicieron entonces una fiesta para toda la comunidad, celebrando la bondad de la temporada para con ellos. En la casa del más viejo de los labradores rusos se celebró el festín con manjares, bebida y todo tipo de diversiones desde muy temprano, y con miras a que se prolongara hasta la noche. Finalmente, se lo merecían. Los primeros invitados empezaron a irse cuando empezó a oscurecer, y otros se quedaron hasta pasada la media noche. Los más resistentes, incluso amanecieron al día siguiente en la casa del viejo labrador, con una botella de vodka medio vacía en la mano.
Uno de éstos, de nombre Iván Denísovich, se ha despertado a las seis de la mañana con la cruda de su vida, mientras el sol se asomaba entre los montes. Sale de la casa dispuesto a ir a la suya propia, con un dolor de cabeza apenas soportable, cuando de pronto, tropieza. En el suelo, se medio incorpora y ve la piedra que lo hizo caer. Al acercarse, descubre que esa piedra es en realidad la lámpara de Aladino. Como Iván Denísovich era aficionado a la literatura árabe antigua, conocía la historia, y decide frotar la lámpara. De ella emerge, como es previsible, un genio.
─Iván Denísovich ─clama el ente nebuloso─, por haberme liberado del encierro de la lámpara, te concederé tres deseos.
El campesino ruso, incrédulo aún, voltea a su alrededor en busca de ideas que puedan sugerirle su primer deseo, cuando de pronto, en la lejanía, ve correr al caudaloso río Volga, ondulado, vigoroso, bañando los prados y los montes. Y le dice al genio:
─Genio, quiero que el río Volga sea todo de vodka.
─¡Concedido!
El genio desaparece y nada parece haber cambiado. El campesino se acerca entonces a la orilla del Volga, mete la mano para sacar líquido y se lo lleva a la boca. ¡Vodka! Dichoso, se sumerge en el río, bebe tanto vodka como le place, como nunca antes ha bebido, nada a contracorriente para que el vodka le llene la boca y así se pasa todo el día, hasta que en la noche lo vence el sueño y la embriaguez y se recuesta a un lado del río.
Al despertar, ve a su alrededor: La cosecha se ha malogrado y los mujics maldicen su suerte. Lo han perdido todo. Las vacas, famélicas y muertas de sed, apenas pueden incorporarse. Las plantas y los árboles alrededor del río se han quemado. Los peces han muerto y convulsionan en las márgenes del cuerpo de agua. Arrepentido, el campesino se lamenta.
─¡Por Dios! ¿Qué he hecho? Por mi placer personal, por mi egoísmo, he pedido que el río Volga sea de vodka sin pensar en las consecuencias. Pensé sólo en mí, y ello ha llevado a la perdición de mi comunidad, que tanto prosperaba. Las cosechas, los animales, los peces, los prados... todo, todo, todo... se ha arruinado...
Frota entonces la lámpara y aparece el genio nuevamente.
─Iván Denísovich, ¿estás listo para pedir tu segundo deseo?
─Sí, genio. He visto que mi egoísmo le ha costado a mi comunidad su prosperidad. Estoy arrepentido. Mira la desgracia que hay a mi alrededor. Quiero que el río Volga vuelva a ser de agua.
─¡Concedido!
Nada parece cambiar, de modo que el campesino se acerca a la orilla del Volga; mete la mano, saca un poco de líquido y lo prueba. ¡Agua! En ese instante las cosechas comienzan a reverdecer, los árboles vuelven a dar frutos, las vacas se ponen de pie y comienzan a beber agua del río, los peces que quedaban medio vivos regresan al cauce del río... La comunidad agradece que la maldición ha terminado y regresan a sus labores del campo, a rescatar la cosecha de papa.
El pobre Iván Denísovich, meditabundo, se va a lo más alto de un cerro. Y frota nuevamente la lámpara, de la que emerge, como de costumbre, el genio.
─Iván Denísovich, ¿estás listo para pedir tu tercer deseo?
─Sí, genio. Ay... con mi primer deseo, convirtiendo en vodka las aguas del Volga, casi acabo con el futuro de mi comunidad y la dejo en la miseria... ¡qué desperdicio de deseo! Con el segundo, con el que el caudaloso Volga volvió a llenarse de agua, regresé todo a la normalidad. ¡Qué desperdicio de deseo! No puede ser... ¡Dos deseos desperdiciados de la manera más absurda! ¡Genio! ...tráeme una botella de vodka...

Homenaje a san Francisco de Asís

Llega un tipo a la tienda de abarrotes:
─Disculpe, ¿qué tiene bueno para las moscas?
─DDT.
─¡No sea bruto! ¡Eso las mata!

Una noche en la ópera

El primer contrabajista de la ópera se jubila a sus 86 años y le hacen la fiesta de despedida. El segundo contrabajista, de 81 años, pasa a ser el primero; el tercero, de 78 años, ocupa el sitio del segundo; el cuarto, de 72, pasa al escaño del tercero; y el quinto, un mozuelo de 68, pasa al lugar del cuarto. Y así se reacomodan.
Llega el domingo para el recién jubilado y no sabe qué hacer: Todos los domingos de su vida, desde que tenía 22 años, tocaba en la ópera. De pronto, tiene una idea:
─¡Voy a ir a la ópera! Pero voy como espectador. Por primera vez la veré desde los palcos.
Esa noche presentaban Carmen de Bizet, y el contrabajista invita a su esposa, y van juntos. Entran al teatro y el jubilado queda maravillado con la música que escucha, con la manera en que tocan sus excolegas contrabajistas. En el intermedio, decide ir a felicitarlos.
─¡Teodomiro! ¡Qué gusto verte por aquí!
─No, muchachos, el gusto es mío. Además, quiero felicitarlos. ¡Qué manera tan maravillosa de tocar!
─Muchas gracias, Teodomiro...
─No, es en serio. Ustedes se están llevando la noche... la gente les aplaude con desenfreno. Es más, ¿se acuerdan del acto II, el compás 128?
─¡Por supuesto! Lo sabemos de memoria...
─Bueno, pues ahí, donde nosotros hacemos: “Bom... bom... brrrrom... Bom... bom... brrrrom”, ¿saben cómo se oye desde el palco?
─No... no lo hemos oído nunca desde el palco. ¿Cómo se oye?
─Se oye: “Toréador, en garde! Toréador! Toréador!...”

Amén

Curiosa la costumbre de Teodomiro Agúndez de hacer ciertos movimientos, en la calle, después de haber estado con una prostituta. Muchas personas que lo veían salir frecuentemente del mismo hotel, habían llegado a asegurar de que se trataba de un hombre perteneciente a la Iglesia, pues lo habían visto persignarse. La noticia llegó a oídos de sus amigos, quienes no lo tenían por un hombre religioso. Uno de ellos se aventuró a preguntarle.
─Oye, Teodomiro... corre un rumor. ¿Por qué te persignas en la calle después de haber estado con una prostituta?
─¿Persignarme yo? ─Pregunta Agúndez, sorprendido─ No, hombre. Lo que pasa es que hago una revisión: Me acomodo los lentes, me acomodo la hebilla del cinturón, checo el marcapasos, me aseguro de que mi cartera esté en el saco y me acomodo la dentadura postiza.

Rorschach

Teodomiro Agúndez va al psicólogo a que le practiquen la prueba de personalidad de Rorschach. El psicólogo le presenta, una a una, varias manchas de tinta sobre superficies blancas.
─¿Qué ve usted aquí?
─Veo, doctor... ¡unos senos!
─Ah, muy bien. Y en esta otra, ¿qué ve?
─Veo, doctor... ¡unas nalgas!
─Ajá. Y en esta otra, ¿qué ve usted?
─¡Un pene erecto!
─Veo, veo... y... ¿aquí?
─¡Una vagina abierta!
─Ah... ¿y en esta otra?
─¡Un caballo echándose a un cerdo!
─Muy bien. Señor Agúndez, temo decirle que tiene usted una muy fuerte obsesión con el sexo.
─¿Yo, doctor? ¡Usted y sus dibujos obscenos!

Brócoli

Llega el conejo a la tienda de abarrotes:
─Buenas tardes, señor. Disculpe, señor, ¿tiene brócoli?
─¿Brócoli? No, conejo; no tengo brócoli.
─Ah, bueno. Gracias, señor. Disculpe, señor. Buenas tardes, señor.
A los quince minutos vuelve el conejo:
─Buenas tardes, señor. Disculpe, señor, ¿tiene brócoli?
─Que no, conejo. No tengo brócoli. Ya se me acabó.
─Ah, bueno. Gracias, señor. Disculpe, señor. Buenas tardes, señor.
Pasan diez minutos y regresa el conejo:
─Buenas tardes, señor. Disculpe, señor, ¿tiene brócoli?
─¡Que no tengo brócoli! ¡Entiende! ¡Se me acabó!
─Ah, bueno. Gracias, señor. Disculpe, señor. Buenas tardes, señor.
Quince minutos después, vuelve el conejo:
─Buenas tardes, señor. Disculpe, señor, ¿tiene brócoli?
─¡Oh, pues! ¡No, no tengo brócoli! ¡Ya lo vendí todo! Ven mañana, mañana me surten.
─Ah, bueno. Gracias, señor. Disculpe, señor. Buenas tardes, señor.
A los diez minutos, regresa el conejo:
─Buenas tardes, señor. Disculpe, señor, ¿tiene brócoli?
─¡Me lleva la chingada contigo, conejo! ¡No, no tengo brócoli, ya te dije mil veces que no tengo brócoli! ¡Y si te vuelves a parar en mi tienda pidiendo brócoli, te agarro por las orejas, te clavo en la pared y te dejo como Santo Cristo!
─Ah, bueno. Gracias, señor. Disculpe, señor. Buenas tardes, señor.
Pasan veinte minutos y regresa el conejo a la tienda. Se asoma, y entra con cautela. Entonces le pregunta al encargado:
─Buenas tardes, señor. Disculpe, señor, ¿tiene clavos?
─¿Clavos? No, no tengo clavos.
─Ah. ¿Y brócoli?

Caperucita

Esa noche habían dejado a la Caperucita al cuidado del hada madrina, quien preparaba todo para el baile de la Cenicienta. Al ver todo el alboroto, a la Caperucita le entraron ganas de ir.
─¡Déjame ir, hada madrina!
─No, que estás muy chamaca todavía para esas cosas.
─¡Quiero ir al baile!
─¡Que no! ¡Que es el baile del príncipe y la Cenicienta tiene que ir, y ni modo que lleve chaperona!
Total, que se va la Cenicienta al baile, mientras la Caperucita le sigue insistiendo al hada madrina, hasta que le colma la paciencia.
─¡Ah, qué bien chingas! Está bien, te voy a dejar ir. Pero tienes que volver antes de la media noche, porque si no, ahí entre las piernas, aquello se te va a convertir en una mitad de melón.
─¡Gracias, hada madrina! ¡Te prometo regresar antes de la media noche!
Va la caperucita al baile y llega cerca de las 9:30, y ahí se encuentra a la Cenicienta.
─¡Caperucita, qué bueno qué viniste! Oye, ¿hasta qué hora vas a estar por acá?
─Pues yo creo que me voy temprano, porque si no, a las doce se me va a hacer una mitad de melón ahí donde tú sabes, y...
─Ah, no te preocupes, nos vamos juntas. Yo también tengo que volver antes de las doce.
Suenan las diez de la noche y aún no empieza el baile ni baja el príncipe, y la Caperucita empieza a desesperarse.
─No, yo creo que ya me voy, porque mira qué hora es y esto todavía no empieza.
─Espérate, esto es rápido.
En ese momento baja el príncipe, se hace la ceremonia de recepción y a las 10:30 empieza el baile.
─Ahora sí me voy, apenas van a bailar...
─No, que te esperes... nos vamos juntas.
Bailan las dos con el príncipe, cada cual en su oportunidad, y llaman para la cena a las 11:00.
─No, ora sí ya me voy, Cenicienta, mira la hora.
─Que no te preocupes, yo traigo carro, llegamos en diez minutos.
Sirven la cena, la Caperucita se apresura a comer, y cuando ve que han dado las 11:30, le anuncia a la Cenicienta:
─Ya me voy, ya me voy, ya es muy tarde...
─Espérate, que todavía falta el postre.
─El postre...
Sirven el postre, y para acabarla de joder, es melón.
─¡Melón! ¡Ay, Dios!
No ha empezado la Caperucita a comer su melón, cuando escucha unos ruidos como si un cerdo estuviera comiendo en su chiquero. Voltea, y encuentra que quien emite tales ruidos es el príncipe comiendo su melón. Ve al príncipe que le mete unos lengüetazos a su mitad de melón, mete la cara completa, la saca y se le ven los ojitos en blanco.
La Cenicienta, que ya había terminado su postre, le pregunta a la Caperucita.
─Oye, Caperucita, ¿Cómo a qué hora dices que te vas a ir?
─Pues... como a las dos o tres de la mañana, yo creo.

Luna de miel

Dos amigas conversan:
─Amiga, ¿cómo te fue en tu luna de miel?
─Ay, muy bien, amiga, fue un viaje maravilloso.
─Y, ¿adónde fuiste?
─Eh... no me acuerdo.
─¿Cómo que no te acuerdas? ¿Hacía calor, era un lugar templado...?
─No me acuerdo...
─Pero, pero... ¿era un lugar con playa, con costa?
─No me acuerdo.
─¿Alguna iglesia, algún monumento...?
─No me acuerdo...
─Bueno, ¿pues de qué te acuerdas?
─Hm... El techo de la habitación del hotel era rosa.

Sentido contrario

El sujeto va en su auto cuando escucha el siguiente reporte policial radiofónico:
─Un peligroso loco acaba de escapar del manicomio estatal, de modo que rogamos a todos los conductores que tengan mucho cuidado, pues este peligroso maniaco suele conducir en sentido contrario...
El radioescucha al volante ve hacia enfrente, y deduce:
─Ah, ¡pues todos están locos!

The Greatest

El hombre, mortificado por las dudas, entra al confesionario.
─Buenas tardes, padre.
─Buenas tardes, hijo. Cuéntame tus pecados y arrepiéntete.
─Bueno... es que... no vine precisamente por eso... es más bien que tengo una duda.
─Anda, hijo. Pregunta, entonces.
─Padre, ¿cómo es Dios?
─Ay, hijo... me pones en un predicamento... verás... Dios no es hombre... y tampoco es mujer. Dios no es blanco... y tampoco es negro. Dios no es bueno... y tampoco es malo...
─¡Padre! ¡Usted me está hablando de Michael Jackson!

Rayos catódicos

El niño llega de la escuela y le pide a su papá ayuda para su tarea.
─Oye, papá, ¿tú sabes cuáles son los rayos catódicos?
─Eh... ¿los rayos catódicos, hijo? Los rayos catódicos son... verás... Pues los rayos catódicos son Fernando de Aragón e Isabel de Castilla.
─Ah... Oye, papá, ¿y entonces cuáles son los reyes católicos?
─Los reyes católicos... Pues verás... Los reyes católicos son... Bueno, pues los reyes católicos son Melchor, Gaspar y Baltasar.
─Oye, papá, ¿y entonces quiénes son los reyes magos?
─Los reyes magos... Los reyes magos son... Ay, bueno, ya estás grandecito: Somos tu mamá y yo.

Búhos

El padre de familia está furioso porque en la oficina le encargaron hacer un trabajo que no le correspondía. Llega a la casa y le cuenta, colérico, lo sucedido a su esposa.
─¡Ah, pero esto no se va a quedar así! ¡De ninguna manera! ¡Si Agúndez es un irresponsable! ¡No sabe hacer nada! ¡Ah, pero me va a oír! ¡Esto no se va a quedar así! ¡Voy a hacer que se meta su reporte por el culo!
En ese momento, su pequeño hijo de cinco años, oportuno como todos los niños, entraba a la sala.
─¿Qué dijiste, papá?
─Ah... hijo... este... ¡búho! Dije “búho”. Es que en la oficina vamos a comprar un búho.
─¡¿Un búho, papá?! ¡Ay qué bonito, papá... qué bonito! Oye papá, ¿y los búhos se casan, papá?
─Sí, hijo. Los búhos se casan.
─¡Ay qué bonito, papá... qué bonito! Oye papá, ¿y cómo se llaman las esposas de los búhos?
─Se llaman búhas, hijo.
─¡Ay qué bonito, papá... qué bonito! Las búhas, papá. Oye papá, ¿y los búhos tienen hijos, papá?
─Sí, hijo. Los búhos tienen hijos.
─¡Ay qué bonito, papá... qué bonito! Oye papá, ¿y cómo se llaman los hijos de los búhos, papá?
─Ah. Se llaman buhítos.
─¡Buhítos papá! ¡Ay qué bonito, papá... qué bonito! ¡Los buhítos, papá! Oye, papá, ¿y los buhítos se casan, papá?
─Sí, hijo. Los buhítos se casan.
─¡Ay qué bonito, papá... qué bonito! Oye papá, ¿y cómo se llaman las esposas de los buhítos?
─Se llaman buhítas, hijo.
─¡Ay qué bonito, papá... qué bonito! Las buhítas, papá. Oye papá, ¿y los buhítos tienen hijos, papá?
─Sí, hijo. Los buhítos tienen hijos.
─¡Ay qué bonito, papá... qué bonito! Oye papá, ¿y cómo se llaman los hijos de los buhítos, papá?
─Ah. Se llaman buhititos.
─¡Buhititos papá! ¡Ay qué bonito, papá... qué bonito! ¡Los buhititos, papá! Oye, papá, ¿y los buhititos se casan, papá?
─Sí, hijo. Los buhititos se casan.
─¡Ay qué bonito, papá... qué bonito! Oye papá, ¿y cómo se llaman las esposas de los buhititos?
─Se llaman buhititas, hijo.
─¡Ay qué bonito, papá... qué bonito! Las buhititas, papá. Oye papá, ¿y los buhititos tienen hijos, papá?
─Sí, hijo. Los buhititos tienen hijos.
─¡Ay qué bonito, papá... qué bonito! Oye papá, ¿y cómo se llaman los hijos de los buhititos, papá?
─Ah. Se llaman buhitititos.
─¡Buhitititos papá! ¡Ay qué bonito, papá... qué bonito! ¡Los buhitititos, papá! Oye, papá, ¿y los buhitititos se casan, papá?
─Sí, hijo. Los buhitititos se casan.
─¡Ay qué bonito, papá... qué bonito! Oye papá, ¿y cómo se llaman las esposas de los buhitititos?
─Se llaman buhitititas, hijo.
─¡Ay qué bonito, papá... qué bonito! Las buhitititas, papá. Oye papá, ¿y los buhitititos tienen hijos, papá?
─Sí, hijo. Los buhitititos tienen hijos.
─¡Ay qué bonito, papá... qué bonito! Oye papá, ¿y cómo se llaman los hijos de los buhitititos, papá?
─Ah. Se llaman buhititititos.
─¡Buhititititos papá! ¡Ay qué bonito, papá... qué bonito! ¡Los buhitititos, papá! Oye, papá, ¿y los buhitititititos...?
─¡Bueno, ya, chingá! ¡Dije “culo”!

Pulgar

Teodomiro Agúndez llega a un restaurante, se sienta en una mesa, y espera a que el mesero lo atienda. Éste llega presuroso.
─A sus órdenes.
─Bueno, mire, para empezar me gustaría una crema de calabaza.
─En seguida, caballero.
Luego de unos minutos, el mesero llega a la mesa de Agúndez, tomando el plato de tal forma que su pulgar está sumergido en la sopa. El hecho incomoda a Agúndez, quien, tolerante como es, lo pasa por alto. Cuando termina su sopa, el mesero regresa.
─¿Desea usted algo más?
─Sí. Quisiera un T-Bone término medio, por favor.
─En seguida, caballero.
Luego de unos minutos, el mesero regresa, tomando el plato de modo tal que su pulgar queda debajo del T-Bone. Agúndez se enfurece, pero no dice nada. Cuando hubo terminado su carne, vuelve el mesero.
─¿Desea usted algo más?
─Sí. Quisiera un café, por favor.
─En seguida, caballero.
Al cabo de unos minutos, vuelve el mesero, con el pulgar dentro del café. Teodomiro Agúndez ya no tiene paciencia, y se dirige así al mesero.
─Disculpe... me quiere usted decir, ¿por qué diablos mete usted su pulgar en mi comida?
─Verá usted, caballero ─responde el mesero─, sucede que tuve un accidente y me lesioné el pulgar, y el médico me recomendó que lo mantuviera siempre en un lugar caliente.
─Ah, muy bien. ¿Y por qué no va usted y se lo mete en el culo?
─Sí, caballero... Ahí lo tengo entre servicio y servicio.

Gatos fornicando

Benito Bodoque jugaba en la calle con una caja vacía de cerillos, cuando a su lado pasa un gato gordo y viejo.
─Oye, gatito. ¿Qué, no estás ya grandecito como para andar jugando con eso?
─Pero, es que es muy divertido señor ─responde Benito Bodoque haciendo una pirueta.
─No, hombre. Tú ya estás en edad de experimentar otro tipo de diversiones. Tú deberías estar fornicando.
Benito Bodoque no sabe qué decir, y sigue jugando con su caja de cerillos. Sorprendido, el gato gordo le pregunta.
─¿Qué? ¿Nunca has fornicado?
─No, señor gato ─contestó Benito Bodoque, y siguió jugando con su caja de cerillos vacía.
─Muy bien. Pues si quieres, yo puedo enseñarte a fornicar.
Ilusionado, el gatito inquiere:
─¿De verdad señor gato?
─Sí. Mira, te espero hoy a las siete de la noche en el techo de la lavandería.
─Muy bien señor gato. Ahí estaré.
Dan las siete de la noche, hora a la cual las gatas suelen empezar a pasearse por los techos las casas de la ciudad, pero esa noche... ¿cuáles gatas? Se suelta una tormenta espeluznante, con truenos y relámpagos, unos nubarrones negros y cerrados invaden el cielo y el agua cae a cántaros. Benito Bodoque asiste al encuentro con el gato gordo, que no dice palabra, en espera de que la lluvia cese. Pero la lluvia no cesa. Entonces, con su prudencia característica, Benito Bodoque le dice lo siguiente al gato gordo:
─Señor gato... yo creo que voy a fornicar unos quince minutos más, y luego ya me voy a mi casa.

Cruzadas

Corría el año 1202 de nuestra era y los reinos cristianos debían pelear en la Cuarta Cruzada. El rey de Westfalia debía dejar su reino y a su esposa, pero como era desconfiado de su propio ejército, mandó poner a su esposa un cinturón de castidad con un mecanismo tal que cercenara cualquier objeto oblongo que intentara penetrarlo.
En el año 1204 de nuestra era, el rey regresó triunfante, y su arribo fue anunciado con trompetas. Lo primero que hizo el rey, fue averiguar cuáles de sus vasallos de cuantos le habían jurado lealtad, habían cumplido su juramento. De modo que ordenó que uno a uno se bajaran los pantalones. Conforme el rey veía que tenían cercenado el miembro, los iba mandando a decapitar. Desilusionado, ordenó al último de sus caballeros que se bajase los pantalones. Grata fue la sorpresa del rey cuando descubrió que este hombre le había sido leal. Su majestad estalló en júbilo y esperanza, gritando:
─¡Leal caballero! ¡La fidelidad a vuestro rey será justa y hondamente recompensada! ¡Vos podéis gozar ahora de parte de mi fortuna, tenéis derecho a una porción de mis tierras y mis dominios, tendréis vuestro propio ejército, podréis casaros con mi hija! ¡Seréis el primero en mi lista de benefactores! Ahora, dime, ¿qué tenéis que decir?
Complacido, el caballero apenas atinó a balbucir:
─Busha gdacia, dzu bajestá.

(El pobre hombre tenía la lengua cercenada.)

Lo conozco...

Después de que lo corrieron de toda las cantinas, Teodomiro Agúndez entra a la de peor facha de toda la ciudad y se sienta en la barra. El cantinero se le acerca, y antes de que diga nada, solicita:
─Un tequila solo, for pavor.
─En seguida.
El cantinero le sirve el trago y Agúndez se queda viendo fijamente detrás del cantinero, a los espejos en los que están incrustadas las repisas sobre las que descansan las botellas. Y se dirige al cantinero de la siguiente manera:
─Cantinero, le voy a pedir un favor. Voltee cautelosamente, cautelosamente, porque hay un hombre detrás de usted al que yo conozco, pero no recuerdo dónde pude haberlo visto. Así que voltee despacito, despacito, y dígame de dónde lo conozco.
El mozo frunce el seño, voltea y ve los espejos. Reprende así al pobre Agúndez:
─Señor, está usted muy bebido. Por favor, déjeme trabajar; tengo otros clientes.
─¡Cantinero! ¡Cantinero!
Agúndez se queda viendo a aquel misterioso sujeto, y alza la mano. Deduce entonces que:
─Ah caray... lo saludé y él me saludó. Entonces él también me conoce... ¡Cantinero! ¡Cantinero! Un favor: A ese hombre que está detrás de usted, invítele de mi parte, otro trago de lo que esté tomando.
El cantinero voltea, intrigado, y ve nuevamente los espejos.
─Caballero, le ruego; no me haga perder mi tiempo. Bébase su tequila y váyase.
Agúndez se queda viendo una vez más al misterioso sujeto, y de pronto, recuerda:
─¡Cantinero! ¡Cantinero! Venga para acá inmediatamente. ¿Qué cree? ¡Ya sé de dónde conozco a ese sujeto!
El cantinero, intrigado, osa preguntarle a su cliente:
─Bueno, ¿y de dónde lo conoce?
─¡De la peluquería!

Gerundio vs. participio

Una mujer mayor está en el cine viendo una película, cuando de repente escucha unos ronquidos. Un señor frente a ella los emite, y la mujer lo alecciona de la siguiente manera, sacándolo de su ensueño.
─¡Señor! ¡Qué falta de respeto es ésa! Estar dormido en el cine...
─Discúlpeme, señora ─reclama el otro─, pero yo no estaba dormido.
─¿Ah no?
─Claro que no. Yo no estaba dormido. Yo estaba durmiendo.
Sin saber qué decir, la mujer pregunta:
─¿Qué, y no es lo mismo?
─De ninguna manera, señora. Del mismo modo en que tampoco es lo mismo estar bebido que estar bebiendo.

Materialismo dialéctico III

Tiene lugar, en el Instituto José Martí de La Habana Cuba, la clase de Materialismo Dialéctico III. En medio de la clase, el joven Teodomiro Agúndez levanta la mano:
─Señorita institutriz Buitráguez. Yo tengo una pregunta que hacerle.
─Adelante, compañero Agúndez, que para eso estamos los maestros, para despejar las dudas de los educandos. Pregunte usted.
─Yo quiero preguntarle... El marxismo, ¿es una ciencia o una ideología?
La señorita Buitráguez no supo qué responder ante tal pregunta, e increpó de la siguiente manera a su pupilo:
─¡Pero cómo es posible, compañero Agúndez, que me haga usted esa pregunta! ¡Esa pregunta es de Materialismo Dialéctico I, y nosotros estamos en Materialismo Dialéctico III! ¡Me niego enfáticamente a contestarle esa pregunta, cuando usted no ha estudiado lo que debería! ¡Y para que se enseñe a estudiar, hoy se queda usted sin recreo!
─Pero, señorit...
─Nada, nada de reclamos. Estudie usted, que es lo que debería de hacer.
Transcurre la clase hasta la hora del recreo, y suena la campana... ¿Hay campanas en Cuba? Bueno, llega un encargado y le avisa a la maestra:
─Es tiempo del recreo, compañera institutriz Buitráguez.
─Muchas gracias, compañero Borbolla.
Salen todos los niños al recreo, salvo el infortunado Antúnez. La señorita Buitráguez, entre tanto, corre a la dirección y le dice al director:
─Señor director, fíjese que un alumno me ha preguntado si el marxismo es una ciencia o una ideología. ¿Qué yo le digo?
─Espéreme tantito. Vamos a llamarle al Departamento de Educación de La Habana.
Llama el director al Departamento de Educación de La Habana, plantea la situación, y le responden lo siguiente:
─Espéreme tantito. Vamos a llamarle al Departamento Regional de Educación.
Llaman al Departamento Regional de Educación, le plantean la situación, y obtienen la siguiente respuesta:
─Espéreme tantito. Vamos a llamarle al Comité Nacional de Departamentos de Educación de Cuba.
Llaman al Comité Nacional de Departamentos de Educación de Cuba, plantean la situación y obtienen la siguiente respuesta:
─Espéreme tantito. Vamos a llamar al Comité Central de Asuntos Generales de la Nación.
Llaman al Comité Central de Asuntos Generales de la Nación, plantean la situación y obtienen la siguiente respuesta:
─Espéreme tantito. Vamos a llamarle al Órgano Superior de Gobierno.
Llaman al Órgano Superior de Gobierno, plantean la situación y obtienen la siguiente respuesta:
─Espéreme tantito. Vamos a llamarle al compañero Fidel.
Se integra una comisión de representantes para ver al compañero Fidel, y le plantean lo siguiente:
─Compañero Fidel, buenos días. Venimos a preguntarle por un asunto de suma importancia. Nos hacen una pregunta del Instituto José Martí de La Habana, donde un alumno pregunta si el marxismo es una ciencia o una ideología. ¿Qué nosotros les decimos?
─¡¿Pero cómo?! ─se indigna el compañero Fidel─ ¿Cómo me vienen a preguntar eso a mí? ¡Si eso está muy claramente establecido en los documentos que nos hacen una nación libre y socialista!
─Pues sí, sí... está muy claro, pero... ¿Qué es el marxismo? ¿Una ciencia o una ideología?
─Pues es una ideología, chico.
─Muchas gracias, compañero Fidel.
Y va la llamada de regreso con la respuesta: “Es una ideología... Es una ideología... Es una ideología... Es una ideología...”, hasta que llega al Instituto José Martí de La Habana.
─Ah, muchas gracias ─responde el director, quien en seguida se dirige a la institutriz Buitráguez─. Señorita Buitráguez, dígale usted a su alumno que el marxismo es una ideología.
─Muy bien, señor director.
En ese momento, acaba el recreo y suena la campana. Ah... no... llega el encargado:
─Es tiempo, compañera institutriz Buitráguez.
─Muchas gracias, compañero Borbolla.
Regresan los alumnos a clases y la institutriz Buitráguez se dirige a Teodomiro Agúndez.
─Compañero Teodomiro Agúndez. Usted me ha hecho una pregunta antes del recreo, ¿es verdad?
─Es verdad, señorita institutriz Buitráguez.
─Usted me ha preguntado si el marxismo es una ciencia o una ideología, ¿es verdad?
─Es verdad, señorita institutriz Buitráguez.
─Bien. Pues he decidido que le voy a dar una respuesta para su pregunta, porque nosotros los maestros estamos para instruirlos e iluminarlos a ustedes, no para negarles el conocimiento ni para que terminen siendo unos contrarrevolucionarios. De modo, compañero Agúndez, que el marxismo es una ideología.
─Una ideología... Sí, ya me imaginaba yo que era una ideología.
Incrédula, la institutriz Buitráguez exclama:
─¡¿Pero cómo, compañero Agúndez?! ¡¿Pero cómo es posible que usted me salga con que ya se imaginaba que el marxismo era una ideología?! ¡A ver! ¡Explíquese!
─Pues sí, señorita institutriz Buitráguez, porque si hubiera sido una ciencia, primero habrían experimentado con ratoncitos.

Récord

Su récord Guiness: Era el hombre que más veces había intentado deshacerse de su boomerang... sin conseguirlo.

Conquista

Discuten un español y un mexicano:
─¿Cómo veis, americano, que nosotros los españoles hemos conquistado México?
─Pues sí, pero nuestra cultura sobrevivió.
─Y ustedes estuvieron trescientos años sometidos a la Corona Española.
─Pues sí, caray.
─Lo que prueba que México es un país fácil de dominar, dócil y dejado.
─¿Dócil y dejado? ¿México dócil y dejado?
─Hombre, pues sí...
─¿Dócil y dejado porque ustedes los españoles estuvieron trescientos? Para países dejados, nadie más que España.
─¡Hombre! ¿Pero cómo es que decís eso?
─Pues sí: ¿Qué? ¿O no estuvieron los árabes ochocientos años en España?
─Bueno, pues sí, hombre... ¡Pero al día siguiente: ala, pa’fuera!

Malentendido

Teodomiro Agúndez se ganó en una rifa un viaje en crucero por el Caribe. Feliz, fue a reclamar su premio y abordó al día siguiente. Según otro sorteo, Agúndez había de compartir la mesa con un francés durante el viaje. El primer día, en el desayuno, Agúndez llegó primero y empezó a comer, cuando el francés llega. Y antes de sentarse, le dice a su comensal:
Bon apetit!
Agúndez quiere devolver la cortesía y se pone de pie, diciendo:
─Teodomiro Agúndez.
Ambos se sientan y, como hablan distintos idiomas, se comunican con muecas. Se pasan el pan, la sal, los aderezos; hacen muecas con las que demuestran que la comida les gustó; se comunican que el crucero se inclina a uno u otro lado. Acaba la comida, y cada cual vuelve a su camarote.
Al día siguiente, de nuevo Agúndez llega primero a la mesa. El francés, al encontrarlo, le dice antes de tomar asiento:
Bon apetit!
─Teodomiro Agúndez ─replica Agúndez.
Al día siguiente tiene lugar la misma situación. El francés llega cuando Agúndez estaba ya comiendo y le dice:
Bon apetit!
─Teodomiro Agúndez ─repite Agúndez, con cierto fastidio.
Al cuarto día, de nuevo llega el francés en segundo lugar y, con una sonrisa en el rostro, dice:
Bon apetit!
─Teodomiro Agúndez ─repite Agúndez.
Harto de la situación, Agúndez pide hablar con el capitán de meseros, quien le atiende de buen grado.
─Diga usted.
─Mire, quisiera ver si es posible que me cambiaran de mesa.
─Por supuesto, señor; si ése es su deseo, lo haremos. ¿Hay algún problema?
─Sí, verá usted, ocurre que mi comensal es un obsesivo compulsivo, desesperante, que cada vez que nos sentamos a comer, se presenta a sí mismo. Y yo también, por cortesía, me presento. Pero ya es insostenible esta situación, capitán.
─Ah, muy bien. ¿Sabe usted cuál es el nombre de su comensal?
─¡Bah! ¡Claro que lo sé! ¿No le digo que no hace otra cosa que repetir su nombre? Es el señor Bon Apetit.
─¡No, caballero! ─exclama el capitán de meseros─ Para nada... Ocurre que bon apetit en francés significa buen provecho.
─¿En serio?
─Sí, en serio.
─Hombre, pero qué pena... De haberlo sabido... Aquel hombre tan gentil, tan cortés, tan amable deseándome buen provecho, y yo con mis majaderías... No es posible...
─Pero si gusta, lo cambiamos de...
─No, no, no... No es necesario. Olvídelo todo.
Al día siguiente, Teodomiro Agúndez se sienta a desayunar; ya se ha puesto la servilleta en el cuello cuando ve al francés acercarse a la mesa. Antes de que el francés diga nada, Agúndez se pone de pie, y le exclama al francés:
Bon apetit!
El francés sonríe todo lo que puede sonreír un ser humano, se le ilumina el rostro, y con eufórico desenfreno e incontenible emoción, contesta:
Théodomirò Agundesse!