Después de que lo corrieron de toda las cantinas, Teodomiro Agúndez entra a la de peor facha de toda la ciudad y se sienta en la barra. El cantinero se le acerca, y antes de que diga nada, solicita:
─Un tequila solo, for pavor.
─En seguida.
El cantinero le sirve el trago y Agúndez se queda viendo fijamente detrás del cantinero, a los espejos en los que están incrustadas las repisas sobre las que descansan las botellas. Y se dirige al cantinero de la siguiente manera:
─Cantinero, le voy a pedir un favor. Voltee cautelosamente, cautelosamente, porque hay un hombre detrás de usted al que yo conozco, pero no recuerdo dónde pude haberlo visto. Así que voltee despacito, despacito, y dígame de dónde lo conozco.
El mozo frunce el seño, voltea y ve los espejos. Reprende así al pobre Agúndez:
─Señor, está usted muy bebido. Por favor, déjeme trabajar; tengo otros clientes.
─¡Cantinero! ¡Cantinero!
Agúndez se queda viendo a aquel misterioso sujeto, y alza la mano. Deduce entonces que:
─Ah caray... lo saludé y él me saludó. Entonces él también me conoce... ¡Cantinero! ¡Cantinero! Un favor: A ese hombre que está detrás de usted, invítele de mi parte, otro trago de lo que esté tomando.
El cantinero voltea, intrigado, y ve nuevamente los espejos.
─Caballero, le ruego; no me haga perder mi tiempo. Bébase su tequila y váyase.
Agúndez se queda viendo una vez más al misterioso sujeto, y de pronto, recuerda:
─¡Cantinero! ¡Cantinero! Venga para acá inmediatamente. ¿Qué cree? ¡Ya sé de dónde conozco a ese sujeto!
El cantinero, intrigado, osa preguntarle a su cliente:
─Bueno, ¿y de dónde lo conoce?
─¡De la peluquería!
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