febrero 04, 2009

Gatos fornicando

Benito Bodoque jugaba en la calle con una caja vacía de cerillos, cuando a su lado pasa un gato gordo y viejo.
─Oye, gatito. ¿Qué, no estás ya grandecito como para andar jugando con eso?
─Pero, es que es muy divertido señor ─responde Benito Bodoque haciendo una pirueta.
─No, hombre. Tú ya estás en edad de experimentar otro tipo de diversiones. Tú deberías estar fornicando.
Benito Bodoque no sabe qué decir, y sigue jugando con su caja de cerillos. Sorprendido, el gato gordo le pregunta.
─¿Qué? ¿Nunca has fornicado?
─No, señor gato ─contestó Benito Bodoque, y siguió jugando con su caja de cerillos vacía.
─Muy bien. Pues si quieres, yo puedo enseñarte a fornicar.
Ilusionado, el gatito inquiere:
─¿De verdad señor gato?
─Sí. Mira, te espero hoy a las siete de la noche en el techo de la lavandería.
─Muy bien señor gato. Ahí estaré.
Dan las siete de la noche, hora a la cual las gatas suelen empezar a pasearse por los techos las casas de la ciudad, pero esa noche... ¿cuáles gatas? Se suelta una tormenta espeluznante, con truenos y relámpagos, unos nubarrones negros y cerrados invaden el cielo y el agua cae a cántaros. Benito Bodoque asiste al encuentro con el gato gordo, que no dice palabra, en espera de que la lluvia cese. Pero la lluvia no cesa. Entonces, con su prudencia característica, Benito Bodoque le dice lo siguiente al gato gordo:
─Señor gato... yo creo que voy a fornicar unos quince minutos más, y luego ya me voy a mi casa.

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