Teodomiro Agúndez se ganó en una rifa un viaje en crucero por el Caribe. Feliz, fue a reclamar su premio y abordó al día siguiente. Según otro sorteo, Agúndez había de compartir la mesa con un francés durante el viaje. El primer día, en el desayuno, Agúndez llegó primero y empezó a comer, cuando el francés llega. Y antes de sentarse, le dice a su comensal:
─Bon apetit!
Agúndez quiere devolver la cortesía y se pone de pie, diciendo:
─Teodomiro Agúndez.
Ambos se sientan y, como hablan distintos idiomas, se comunican con muecas. Se pasan el pan, la sal, los aderezos; hacen muecas con las que demuestran que la comida les gustó; se comunican que el crucero se inclina a uno u otro lado. Acaba la comida, y cada cual vuelve a su camarote.
Al día siguiente, de nuevo Agúndez llega primero a la mesa. El francés, al encontrarlo, le dice antes de tomar asiento:
─Bon apetit!
─Teodomiro Agúndez ─replica Agúndez.
Al día siguiente tiene lugar la misma situación. El francés llega cuando Agúndez estaba ya comiendo y le dice:
─Bon apetit!
─Teodomiro Agúndez ─repite Agúndez, con cierto fastidio.
Al cuarto día, de nuevo llega el francés en segundo lugar y, con una sonrisa en el rostro, dice:
─Bon apetit!
─Teodomiro Agúndez ─repite Agúndez.
Harto de la situación, Agúndez pide hablar con el capitán de meseros, quien le atiende de buen grado.
─Diga usted.
─Mire, quisiera ver si es posible que me cambiaran de mesa.
─Por supuesto, señor; si ése es su deseo, lo haremos. ¿Hay algún problema?
─Sí, verá usted, ocurre que mi comensal es un obsesivo compulsivo, desesperante, que cada vez que nos sentamos a comer, se presenta a sí mismo. Y yo también, por cortesía, me presento. Pero ya es insostenible esta situación, capitán.
─Ah, muy bien. ¿Sabe usted cuál es el nombre de su comensal?
─¡Bah! ¡Claro que lo sé! ¿No le digo que no hace otra cosa que repetir su nombre? Es el señor Bon Apetit.
─¡No, caballero! ─exclama el capitán de meseros─ Para nada... Ocurre que bon apetit en francés significa buen provecho.
─¿En serio?
─Sí, en serio.
─Hombre, pero qué pena... De haberlo sabido... Aquel hombre tan gentil, tan cortés, tan amable deseándome buen provecho, y yo con mis majaderías... No es posible...
─Pero si gusta, lo cambiamos de...
─No, no, no... No es necesario. Olvídelo todo.
Al día siguiente, Teodomiro Agúndez se sienta a desayunar; ya se ha puesto la servilleta en el cuello cuando ve al francés acercarse a la mesa. Antes de que el francés diga nada, Agúndez se pone de pie, y le exclama al francés:
─Bon apetit!
El francés sonríe todo lo que puede sonreír un ser humano, se le ilumina el rostro, y con eufórico desenfreno e incontenible emoción, contesta:
─Théodomirò Agundesse!
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