Italia, 1945. Terminada la segunda guerra mundial, el tema del racismo era delicado.
Un tren viajaba de Milán a Turín, cuando a mitad del camino se descompone. El conductor hace el siguiente anuncio a los pasajeros:
―Estimados pasajeros, debido a una falla mecánica imprevista, nos vemos obligados a detener la travesía. Esperamos sepan comprender la situación y les ofrecemos una disculpa por los inconvenientes que esto representa para ustedes. Trataremos de subsanar la situación a la brevedad para partir mañana a las siete de la mañana desde la estación ferrocarrilera. Mientras, les sugerimos buscar hospedaje en alguno de los pueblos que hay por esta campiña.
Raudos, los pasajeros, sin perder tiempo, abandonan la locomotora en busca de un lugar donde pasar la noche, pero uno de ellos se quedó dormido y no se enteró de la situación. Este hombre despierta cuando el cielo está oscuro y, desconcertado, busca al maquinista, quien lo pone al tanto de lo ocurrido.
―De modo, caballero, que le sugiero que se apure a buscar hospedaje, porque es posible que ya no haya.
El viajero, entonces, va de pueblo en pueblo, sin encontrar lugar disponible, hasta que en la última casa del más lejano poblado, una gentil posadera lo atiende.
―Sí, caballero, tenemos una habitación... pero es doble.
―Ah, no se preocupe: Le pago los dos lugares. Me urge un lugar para quedarme.
―Sí, pero... es que uno de los dos lugares está ocupado.
―Ah, bueno... mire, si es por mí, no tengo problema en compartir la habitación. Ahora que, si es una señorita la que le renta, comprenderé que...
―No, señor... sucede que alojo a un negro.
―Ah, no se preocupe por eso. Yo no soy racista. No tengo ningún problema.
―Pase entonces, caballero.
La posadera le enseña la habitación, pero descubren que el negro ya se ha dormido y ha apagado la luz. Para no despertarlo, hablan en silencio.
―Un favor solamente, señora.
―Lo que usted diga.
―Mire, mi tren sale mañana a las siete. ¿Sería mucha molestia si le pido que me despierte a las seis?
―No se preocupe. Cuente usted con ello. Yo me levanto a las cinco para ordeñar a las vacas.
Cuidadoso de no hacer ruido, el nuevo huésped se quita los zapatos y camina de puntillas, se desviste a oscuras y va al baño, donde se lava a oscuras también, para no despertar a su compañero de cuarto. Y se duerme.
Al día siguiente, a las seis, oye la voz de la posadera.
―Señor, señor... ya han dado las seis de la mañana.
―Ah, muchas gracias.
El viajero descubre que aún está oscuro y que el negro sigue dormido. Con el mismo cuidado y sigilo que la noche anterior, se viste y va al baño, sin prender ninguna luz. Ahí, a oscuras, se lava la cara, pero confunde el jabón en crema con el betún negro para los zapatos, y se lo unta por toda la cara. Sale del baño. El negro sigue durmiendo. A oscuras siempre, prepara su equipaje y sale en el mayor de los silencios. Al salir, se encuentra con la posadera, quien lo ve asombrada.
―¿Cuánto le debo?
―6,000 liras, caballero ―dice boquiabierta.
―Aquí tiene. Muchas gracias y buen día.
―Buen día.
En su camino del pueblo a la estación de ferrocarriles, toda la gente a su paso le fija la mirada al viajero, sin que éste le dé importancia. Llega a la estación, en donde todos, igualmente, voltean a verlo. Entonces ve su reloj y se da cuenta de que ha llegado antes de lo previsto, y decide recorrer la estación. De pronto, en uno de los andenes, ve un espejo. Lo contempla desconcertado, y exclama:
―¡Posadera pendeja! ¡Despertó al negro!
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