enero 30, 2009

Hallazgo

Teodomiro Agúndez había bebido de más y deambulaba por las calles de la ciudad de México, tambaleándose, cuando de pronto se encuentra con un cadáver. En un arranque de prudencia, decide reportar el hallazgo a la policía, y hace uso de un teléfono público.
―Bueno... hic... ¿polecía...?
―Sí, la policía. Diga usted.
―Quiero reportar, hic, que me encontré a un hombre muerto.
―¿Cuál es su ubicación, caballero?
―Ah, pues estoy en la calle... Regggviggviggvigdillilledo...
―¿Cómo dice?
―Que estoy en la calle Virgirvirgirgirdilledo...
―Caballero, está usted ebrio, le ruego que no nos importune, tenemos trabajo que hacer.
Y la policía le cuelga al bienintencionado Agúndez, quien pronto vuelve a marcar.
―¡Polecía...!
―Diga usted...
―Hablo para reportar un muerto en la calle Regirvirgirllellilledo.
―¿Cómo dice?
―Que hay un muerto en la calle Girvirgirgirllilledo...
―Ah, es usted otra vez. Le ruego nos deje trabajar.
No pasan cinco minutos cuanto Agúndez llama de nuevo.
―¡Polecía! ¡Que hay un muerto en la calle... ay Dios... Revirgirgerdirgirlledo!
―Señor, está usted pasado de copas; le ruego que no nos distraiga, pues tenemos asuntos serios de los que ocuparnos.
Pasa media hora sin que suene el teléfono de la policía, cuando Agúndez vuelve a marcar.
―¡Polecía! Quiero reportar que hay un muerto, hic, en la calle, hic, Pino Suárez.
―Ah, muy bien caballero. ¿Ya ve cómo si nos habla en sobriedad sí le entendemos?
―Pues sí, hic... pero tuve que arrastrar al muertito por diez cuadras... hic...

*Nota: La calle en la que originalmente se encontraba el cadáver no era otra que Revillagigedo.

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