Es diciembre de 2006 y los equipos de los presidentes de México, el saliente Vicente Fox y el entrante Felipe Calderón, hacen una fiesta para celebrar, junto con sus gabinetes, la transición de gobiernos. Empiezan a beber de más y las bromas pesadas afloran. Alguien del gabinete de Calderón grita:
—¡Que Fox hable de literatura! —Y todos sueltan la carcajada.
En respuesta, un integrante del equipo de Fox propone:
—¡Que Carlos Abascal hable de equidad! —Y todos sueltan la carcajada.
Siguen bebiendo y las bromas empiezan a ser más pesadas. Alguien del equipo de Fox grita:
—¡Que Agustín Carstens juegue unas carreritas!
La respuesta del equipo de Calderón no se hace esperar:
—¡Que Gilberto Rincón Gallardo juegue volibol!
Y así, empezaron a hacer bromas cada vez más pesadas. Pero cuando estas personas demostraron que sí se llevaban pesado y que cuando querían ser crueles y despiadados podían llegar a serlo a niveles inimaginables y casi intolerables, fue cuando le pidieron a Felipe Calderón que jugara ajedrez...
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