El pedófilo se presenta a la una de la tarde enfrente de la escuela secundaria con una bolsa de dulces. Saca un caramelo de la bolsa, se acerca a una niña y le dice:
—Hola, niñita... Mira... si me haces unos cariñitos acá abajo, te regalo un caramelo...
A lo que la mocosa replica:
—Hmmmm... ¿Y si me dejo coger me das toda la bolsa?
mayo 07, 2009
Preocupación
Hipólito, a sus 87 años, contrata a una prostituta por toda la noche, habiéndose previamente tomando un frasco entero de viagra. En la habitación del hotel completan la primera sesión, e Hipólito le dice a la prostituta:
—Tengo sueño... pero todavía no se acaba, así que sosténmela con las dos manos, y cuando despierte le seguimos.
La prostituta obedece y le sostiene el miembro, que sigue estando erecto, siempre erecto, hasta que el viejo despierta. Y se echan la segunda sesión, al término de la cual Hipólito vuelve a tener sueño, y le hace la misma petición a su acompañante. Al cabo de media hora, Hipólito despierta y se echan una tercera sesión. A Hipólito lo vence nuevamente el sueño y le hace la misma petición a la prostituta. Tras la octava sesión, la prostituta, extrañada, le pregunta a Hipólito:
—Oye, Hipólito... una pregunta. ¿Me pides que te sostenga el miembro para no perder la erección?
—No, para nada... si me tomé un frasco entero de viagra. La erección me durará hasta que amanezca.
—Entonces, ¿por qué me pides que te sostenga el miembro con las dos manos mientras duermes y estás inactivo?
—Ah... para que no me robes la cartera...
—Tengo sueño... pero todavía no se acaba, así que sosténmela con las dos manos, y cuando despierte le seguimos.
La prostituta obedece y le sostiene el miembro, que sigue estando erecto, siempre erecto, hasta que el viejo despierta. Y se echan la segunda sesión, al término de la cual Hipólito vuelve a tener sueño, y le hace la misma petición a su acompañante. Al cabo de media hora, Hipólito despierta y se echan una tercera sesión. A Hipólito lo vence nuevamente el sueño y le hace la misma petición a la prostituta. Tras la octava sesión, la prostituta, extrañada, le pregunta a Hipólito:
—Oye, Hipólito... una pregunta. ¿Me pides que te sostenga el miembro para no perder la erección?
—No, para nada... si me tomé un frasco entero de viagra. La erección me durará hasta que amanezca.
—Entonces, ¿por qué me pides que te sostenga el miembro con las dos manos mientras duermes y estás inactivo?
—Ah... para que no me robes la cartera...
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¡No me joda!
En el hospital, el médico gangoso irrumpe en la sala de espera:
—¡Famidiades de don Dobedto Badeda! ¡Famidiades de don Dobedto Badeda!
Un hombre se levanta:
—Sí... aquí... familiar de Roberto Barrera.
—Puedz mide... Dobedto Badeda... ha muedto.
—¡No me joda!
—No... no mejoda, ni mejodadá...
—¡Famidiades de don Dobedto Badeda! ¡Famidiades de don Dobedto Badeda!
Un hombre se levanta:
—Sí... aquí... familiar de Roberto Barrera.
—Puedz mide... Dobedto Badeda... ha muedto.
—¡No me joda!
—No... no mejoda, ni mejodadá...
¡Una boa!
Dos cubanos están en la Guyana y de pronto se pierden en la selva amazónica. Ahí están entre el trópico, abriéndose paso a machetazos, cuando el que va enfrente como guía se detiene y le advierte a su compañero:
—¡Mira, chico: una boa!
Y el otro dice:
—¡Pue’ que viva’ lo’ novio’!
—¡Mira, chico: una boa!
Y el otro dice:
—¡Pue’ que viva’ lo’ novio’!
Los premios
El joven matrimonio quería un perro, lo compran, y resulta que el can ronca. Al cabo de unas noches de no poder dormir, la mujer va al veterinario en busca de una solución. Le explica al médico el problema y éste emite la siguiente recomendación:
—Verá, señora... sí existe una solución... drástica, pero efectiva. Lo que tiene que hacer usted es atar al miembro del perro una correa, una cinta o un listón... de modo que cuando el perro ronque, usted lo jale, y apenas lo haga el perro se callará.
Atendiendo la mujer a las recomendaciones clínicas, va a la mercería y compra dos metros de listón... ¡y rojo!, para que no se le pierda. Esa misma noche, antes de dormir, ata un pedazo del listón rojo al miembro del perro. Su marido aún no ha llegado a casa. No pasa mucho tiempo cuando el perro comienza a dormirse, y ronca... la mujer entonces tira del listón y el perro, en automático, se calla y sigue durmiendo. Pocos minutos después llega el marido, que quién sabe dónde anduvo, y se duerme. Y empieza a roncar. La mujer, como es previsible, ata lo que le queda de listón al miembro de su marido, lo jala, y éste también se calla y sigue durmiendo. Y santo remedio. Pero a eso de las cuatro de la madrugada, al marido le dan ganas de ir al baño, y se levanta. El perro lo huele y, fiel, lo sigue hasta el baño. Ahí el hombre enciende la luz y cuando va a orinar descubre que tiene atado a su miembro un listón rojo. Extrañado, se dirige a su perro:
—Mira, Sultán, pero qué...
Y al dirigirse a él, descubre que su perro también tiene atado al miembro un listón rojo.
—Ah caray... pues quién sabe qué hicimos tú y yo esta noche, Sultán, pero nos llevamos el primer lugar...
—Verá, señora... sí existe una solución... drástica, pero efectiva. Lo que tiene que hacer usted es atar al miembro del perro una correa, una cinta o un listón... de modo que cuando el perro ronque, usted lo jale, y apenas lo haga el perro se callará.
Atendiendo la mujer a las recomendaciones clínicas, va a la mercería y compra dos metros de listón... ¡y rojo!, para que no se le pierda. Esa misma noche, antes de dormir, ata un pedazo del listón rojo al miembro del perro. Su marido aún no ha llegado a casa. No pasa mucho tiempo cuando el perro comienza a dormirse, y ronca... la mujer entonces tira del listón y el perro, en automático, se calla y sigue durmiendo. Pocos minutos después llega el marido, que quién sabe dónde anduvo, y se duerme. Y empieza a roncar. La mujer, como es previsible, ata lo que le queda de listón al miembro de su marido, lo jala, y éste también se calla y sigue durmiendo. Y santo remedio. Pero a eso de las cuatro de la madrugada, al marido le dan ganas de ir al baño, y se levanta. El perro lo huele y, fiel, lo sigue hasta el baño. Ahí el hombre enciende la luz y cuando va a orinar descubre que tiene atado a su miembro un listón rojo. Extrañado, se dirige a su perro:
—Mira, Sultán, pero qué...
Y al dirigirse a él, descubre que su perro también tiene atado al miembro un listón rojo.
—Ah caray... pues quién sabe qué hicimos tú y yo esta noche, Sultán, pero nos llevamos el primer lugar...
Las ventajas del Alzheimer
Hipólito de 87 años se casa con la Tere, de 31, pero llegan a un acuerdo de manera tal que, como él ronca mucho, dormirán en habitaciones distintas, y cuando Hipólito tenga ganas de hacer el amor, toca la puerta del cuarto de la Tere, entra, hace lo que tiene que hacer, y se regresa al suyo. Firman el convenio, celebran la boda y llega la luna de miel. Están cada quien en su habitación, cuando de pronto Hipólito toca la puerta del cuarto de la Tere:
—Oye, Tere... Pues es que tengo ganas de hacer el amor.
Pasa el Hipólito, hace lo que tiene que hacer, y se regresa a su cuarto. A los quince minutos, toca de nuevo en el cuarto de la Tere.
—Oye, Tere... pues es que tengo ganas de hacer cositas...
Sorprendida, Tere lo deja pasar, hacen lo que tienen que hacer, e Hipólito regresa a su habitación. Pero a los diez minutos vuelve a tocar en el cuarto de la Tere:
—Oye, Tere... Pues es que tengo ganas de... tú sabes...
Asombrada la mujer, lo deja pasar. El episodio se repita por cuarta, quinta, sexta... ¡octava vez!, hasta que la Tere le comenta al Hipólito:
—Mira, Hipólito, que de verdad me sorprendes... Fíjate que he conocido hombres que tienen la tercera parte de tu edad, y no aguantan tanto... y tú ya llevas ocho veces. ¿Cómo le haces?
A lo que el Hipólito replica:
—¿Qué, ya había venido?
—Oye, Tere... Pues es que tengo ganas de hacer el amor.
Pasa el Hipólito, hace lo que tiene que hacer, y se regresa a su cuarto. A los quince minutos, toca de nuevo en el cuarto de la Tere.
—Oye, Tere... pues es que tengo ganas de hacer cositas...
Sorprendida, Tere lo deja pasar, hacen lo que tienen que hacer, e Hipólito regresa a su habitación. Pero a los diez minutos vuelve a tocar en el cuarto de la Tere:
—Oye, Tere... Pues es que tengo ganas de... tú sabes...
Asombrada la mujer, lo deja pasar. El episodio se repita por cuarta, quinta, sexta... ¡octava vez!, hasta que la Tere le comenta al Hipólito:
—Mira, Hipólito, que de verdad me sorprendes... Fíjate que he conocido hombres que tienen la tercera parte de tu edad, y no aguantan tanto... y tú ya llevas ocho veces. ¿Cómo le haces?
A lo que el Hipólito replica:
—¿Qué, ya había venido?
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