Un gringo, un negro y un colombiano caminan por las calles de California, separadamente; sus distintos tránsitos los llevan por azar a la misma esquina, esquina en la que los tres ven la lámpara de Aladino, sobre la cual se lanzan. Con la disputa por la lámpara y el manoseo, ésta se activa y el genio que vive en ella emerge de la boquilla.
-¿Son ustedes los que me han liberado?
-Sí -contestan al unísono.
-Bueno, pues por haberme liberado, les concederé tres deseos: uno a cada uno.
El negro toma la palabra y dice:
-Yo quiero que todo mi pueblo volviera a su continente de origen, y allí vivan en paz, en la bonanza y en la felicidad.
-¡Concedido! -dice el genio.
Al instante desaparece el negro, y todos los negros de Estados Unidos vuelven a África, donde llevan una vida de reyes, en paz y con abundancia.
Entonces el colombiano dice:
-Yo quiero que todo mi pueblo volviera a sus países de origen, y allí vivan en paz, en la bonanza y en la felicidad.
-¡Concedido! -dice el genio.
Al instante desaparece el colombiano, y todos los latinoamericanos de Estados Unidos vuelven a sus países, a Colombia, a Venezuela, a Perú, a México, a Nicaragua..., donde llevan una vida de reyes, en paz y con abundancia.
Entonces el gringo dice:
-¿Eso quiere decir que en Estados Unidos ya no hay negros ni latinos?
-Así es -contesta el genio con voz profunda.
-Ah -dice el gringo-. Pues entonces quiero una coca-cola.