marzo 03, 2010

La confesión

La mujer le dice a su esposo, a la semana de casados
—Mi amor, somos ya un matrimonio, pero me parece prudente que cada quien conserve sus secretos, así que los míos los voy a poner en una cajita. ¿Te parece bien?
—Ah, muy bien —dice el hombre—. Yo pondré los míos en un cajón del buró.
Pasan cincuenta años, y la mujer le dice al hombre.
—Mi amor, luego de cincuenta años de casados, creo que ya no tenemos por qué guardarnos secretos. Así que, ¿qué te parece si los dos nos mostramos lo que hemos ocultado durante cincuenta años?
—Ah, muy bien —dice el hombre—. Pero tú primero, porque tú fuiste la de la idea.
La mujer abre su caja de secretos y el hombre encuentra cartas de pretendientes y fotos de exnovios, y cigarros, algunas joyas, libros erótico y algunas flores marchitas.
—Mi amor, ahora quiero ver los tuyos —dice la mujer.
El hombre abre su buró de la cómoda, y la mujer ve ahí ocho pelotas de golf y treinta y dos dólares.
—¿Ocho pelotas de golf y 32 dólares? —pregunta la mujer— ¿Y eso qué quiere decir?
—Ah, es que por cada vez que te he sido infiel, he metido en el cajón una pelota de golf.
—Ah, pero ¿me has sido infiel? Bueno, a ver... bueno... ocho veces en cincuenta años no ha sido tanto. Pero, ¿y los 32 dólares?
—Es que cada vez que juntaba dieciocho pelotas de golf, las vendía a dólar.

Perspectivas

La hija le dice al papá:
—Papá, tengo algo que decirte: estoy embarazada.
—¡¿Qué?! Pero, ¿cómo es posible, con la educación que te he dado? ¡Pero, ¿quién es el canalla que te ha deshonrado de esta manera?! ¡Tiene que hacerse responsable de sus actos!
—Ah, no hay problema; en este momento me comunico con él —la hija marca un número telefónico, y dice: —Ricardo, pues mi papá ya sabe que estoy embarazada. ¿Vienes para acá? ¿En cuanto tiempo? Ah, muy bien: te esperamos —y cuelga la hija—. Ricardo está aquí en veinte minutos.
Pasados los veinte minutos se escucha que un automóvil se estaciona afuera de la casa, y a los pocos segundos tocan el timbre. La muchacha le abre la puerta, y es Ricardo. El papá lo ve que llega en un BMW último modelo, edición limitada, de lujo, el hombre recargado en cadenas, aretes y esclavas de oro, un reloj Cartier, y los billetes saliéndosele de las bolsas de que no le caben. Ricardo toma la palabra, y dice:
—Señor, muy buena tarde. En efecto, su hija está embarazada, y yo soy el padre. Una noche la llevé a un hotel, y fue ahí que sucedió todo. Lamentablemente soy un hombre casado y no puedo contraer matrimonio con su hermosa hija, pero me haré responsable del cuidado de nuestro hijo. Si es hombre, abriré un fideicomiso para asegurar su futuro, de un millón de dólares para empezar, cantidad que se irá incrementando hasta la mayoría de edad del muchacho; le organizaré asimismo una fábrica y empresas de publicidad para que él la maneje cuando tenga la edad y los estudios, que yo pagaré, pertinentes para ello, y así no le faltará nada. Si es niña, abriré el mismo fideicomiso y pagaré sus estudios, y la obsequiaré para cuando sea mayor de edad una cadena de hoteles o de restaurantes, según ella prefiera, para que los administre y no le falte nada. Si son gemelos o trillizos, cada uno se verá beneficiado según las condiciones que ya he especificado. Ahora que si lamentablemente el producto se pierde...
—Ah no... si el producto se pierde, usted se la lleva otra vez al hotel...